Porque ya no es la vergüenza la que os habla sino el orgullo de poder decir
“soy más de lo que creía e infinitamente más de lo que creíais vosotros”
Me dirijo directamente a ustedes, a los que casi conseguís que llegara a
pensar que de verdad no valía para nada.
Me hicisteis dudar de mis capacidades y hasta de mi misma, me disteis a
entender que mi futuro sería incierto y que acabaría siendo una desgraciada y
entonces tan solo tenía 14 años.
Cuando me acuerdo de mi yo de 14 años inmovilizada por la vergüenza en
aquella inmensa pizarra la frustración y la rabia se apoderan de mi cuerpo.
Una yo de 14 años de espaldas a un público murmurante de 30 personas, con
los ojos clavados en un montón de números y letras que no entendía, presionando
la pizarra con una tiza que parecía que se negaba a escribir, quizá por los
nervios, la inexperiencia o por como se me tornaba borrosa la visión a causa
del bochorno.
Recuerdo tan bien esa sensación, como el profundo sonido de mi respiración
se veía interrumpido por aquel grito de “¡Eres una inútil! ¡Siéntate y no me
hagas perder el tiempo!”
Durante los años siguientes salir a la pizarra a corregir un ejercicio, por
simple que fuera, se convirtió en mi mayor fobia, que tontería, ¿Verdad?
Dolores de estómago, nauseas, no me veía capaz. Le tenía pánico. Odiaba las
matemáticas, la física, la química…
Dos años más tarde cambió “mi suerte” y quien dice “suerte”, dice
“profesora”.
Aún recuerdo mi primer examen con ella, por primera vez fui capaz de hacer un examen de matemáticas entero,
aún así no tenía demasiadas esperanzas en mí.
Ese día mi profesora llegó y dijo “voy diciendo las notas en voz alta,
quien no quiera que la diga en alto puede decírmelo y se lo diré en privado.”
No os voy a mentir, yo estaba acostumbrada a que después de mi apellido
viniera una nota baja pero si podía ahorrarme el mal trago, me lo ahorraría sin
pensármelo dos veces.
La lista fue bajando hasta que llegó mi turno. Ni si quiera dejé que
terminara de decir mi nombre para interrumpirla diciendo “No la digas, por
favor”.
Mi profesora me miró incrédula y me preguntó que por qué no quería que la
dijera, mi respuesta fue que me daba vergüenza. Mi profesora frunció el ceño,
me miraba perpleja “¿Vergüenza? ¿Desde cuando un 8’75 es motivo de vergüenza?”
¿Un 8’75? ¿Yo? ¿En matemáticas?
No se lo creyeron, de hecho nadie se lo creyó, ni yo tampoco.
Entonces lo entendí, ni yo misma creía en mi, ¿Cómo pretendía que creyera
en mi alguien más?
Ese curso aprobé matemáticas con un 8, igual la culpa no era mía, igual mi
yo de 14 años no le hacía perder el tiempo a nadie sino todo lo contrario,
igual la culpa de que no entendiera las matemáticas, la física o la química fue
de la utilización de un método equivocado, quizás me dieron por perdida
demasiado rápido, quizá solo necesitaba un punto de apoyo, un resorte, un “yo
creo en ti”…
Hoy me acuerdo y me río porque me encargué personalmente de cerrarle la
boquita al que me dijo “ni lo
intentes” lo intenté y posiblemente mis
fracasos fueron más de los que alcanzo a recordar pero hoy mis victorias son
las encargadas de barrer mis fracasos y no veo nada más que eso, victorias.
Lo intenté por mi, por los que creyeron en mi y ¿Por qué no? Por los que
dudaron de mi y hoy no les queda más que agachar la cabeza y esconder su
incrédula mirada.
Lo intenté y lo conseguí, porque yo soy mucho más de lo que ven, mucho más
de lo que creen.
Voy a beberme un chupito por cada "no puedo más" en vano porque
si, porque joder, cuando le echo huevos no hay quien me pueda.
Y aquí está la prueba, la niña que algunos decían que no superaría la ESO acaba
de terminar su segundo año de carrera, ¿Quién ríe ahora?
¿Dónde estaría ahora si hubiese hecho caso a los que no apostaban un duro
por mi? ¿Qué sería de mi si no me hubiese arriesgado a apostar por mi misma?
Y ahora te lo digo a ti, personita que me está leyendo, si alguna vez te
has sentido como yo, no dejes que nadie te diga de lo que eres capaz y de lo
que no, demuéstrales que cuando te propones algo lo consigues porque contigo no
hay quien pueda.
Cumple tus sueños por inalcanzable que parezcan, alcanza tus metas, sal ahí fuera y supera tus miedos, ríete en la cara del que tenga valor de tan solo ponerte a prueba porque no hay mayor satisfacción que poder decir "lo he conseguido".
Me ofrezco, me ofrezco a ser tu resorte, a empujarte cuando solo quieras
retroceder, me ofrezco porque yo también lo necesité en su día.
Y como último favor te pido que si por “inútil” te caes, por tus cojones te
levantes y te permitas el lujo de cerrarle la boca al que un día dudó de ti.
Simplemente increíbleeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee. Una vez más, Inés, me dejas con la boca abierta.
ResponderEliminarDios Inés, orgullo es poco, en serio, muchas gracias por esta historia, por ese último párrafo, y sobre todo por ser parte de ese grupo que no se rinde y al que las risotadas en la cara sólo le sirven para darle más ánimos.
ResponderEliminarAlgún día seremos nosotras las que nos descojonemos en sus caras, y quienes ríen las últimas ríen mejor
ADEMÁS TÍA, GRACIAS POR ESTA ENTRADA PORQUE LLEVABA UNOS DÍAS PENSANDO "NO VOY A CONSEGUIRLO NO SÉ A QUIÉN QUIERO ENGAÑAR TENGO QUE PENSAR EN ALTERNATIVAS" PORQUE PUEDE QUE NO GANASE UN OSCAR PERO POR MIS MUERTOS QUE YO ME MUDO A LOS ÁNGELES Y POR MIS MUERTOS QUE NO USO MI PUTA CARRERA PARA NADA
ResponderEliminary olé
Ahora mismo, yo soy esa niña, que con 14 no conseguía una mierda.. Y que dos años después, con un poquito más de esfuerzo, y contigo en mi vida, empieza a creer que puedo. Te quiero mucho por eso. Te respeto mucho por eso. Y estoy muy orgullosa de ti por esto, por lo que acabas de escribir. Ya sabes que eres mi ejemplo a seguir, con subidas y caídas incluidas.
ResponderEliminar